Una escultura del barroco castellano ‘perdida’ hace 40 años reaparece con otra cabeza

Desde la casa de subastas que vendió la pieza muestran absoluta sorpresa ante este hallazgo: “No vimos nada que nos hiciera pensar que tenía una cabeza distinta de la original”.

La escultura barroca del rey San Fernando que residía en el convento de Las Francesas de Valladolid desapareció hace cuarenta años. Con el cierre del espacio religioso, parte de su patrimonio pasó al Museo Nacional de Escultura y otra parte a manos privadas. Hace un año, una empresa de subastas vendió esta escultura. Pero no era como la que talló Pedro de Ávila en 1734, sino que tenía una cabeza distinta. De hecho, la pieza fue atribuida a Pedro Laboira y pensaron que la efigie representaba a San Francisco de Borja como Duque de Gandía. “Se le ha reemplazado la cabeza original por otra de la que desconocemos su procedencia”, explica Javier Baladrón, historiador especializado en arte barroco que ató los cabos de este misterio.

Desde la casa de subastas que vendió la pieza muestran absoluta sorpresa ante este hallazgo. “No vimos nada que nos hiciera pensar que tenía una cabeza distinta de la original”, explica la directora de La Suite Subastas, Beatriz de Breuil, que lamenta haber vendido ya la pieza y no poder ver cómo se unieron cabeza y tronco de la escultura.

Según explica Baladrón en Una escultura reencontrada: el San Fernando del retablo mayor del monasterio de las comendadoras de Santiago de Valladolid, la pieza que vendieron como un San Francisco de Borja (de Pedro Laboira) era en realidad un rey San Fernando (de Pedro de Ávila). El conservador del Museo Nacional de Escultura Miguel Ángel Marcos Villán recuerda que cuando en los años 80 cierra el monasterio de Santa Cruz de las comendadoras de Santiago de Valladolid, las religiosas intentan vender el patrimonio que contiene el espacio. El Ministerio adquirió entonces cuatro esculturas: un San Francisco de Borja atribuido a Pedro de Ávila, un San Luis Gonzaga, un San Antonio de Padua y una Virgen de la Paz. “Eran piezas medianamente interesantes, aunque no han estado expuestas en la colección permanente”, explica Marcos Villán.

La escultura protagonista de este reportaje también fue ofrecida -con la cabeza original-, pero el Museo de Escultura decidió no comprarla. “Es una pieza de no excesiva calidad y se desestimó su adquisición. Pedro de Ávila es buen escultor, pero esta no está entre sus mejores producciones”, agrega este conservador del Museo Nacional de Escultura, que está localizado en Valladolid. El San Fernando de Pedro de Ávila seguiría -presumiblemente- en Las Francesas y en algún momento pasaría a manos privadas.

Una fotografía clave

¿Cómo reconocer esta pieza? Para alguien inexperto en arte barroco, la clave está en una fotografía que rescató la historiadora María Antonia Fernández del Hoyo en 2019. En su artículo “Las comendadoras de Santa Cruz: de monasterio a colegio” publicó una imagen del retablo y de la escultura en cuestión que no deja lugar a dudas.

Para los más entendidos, Baladrón explica las similitudes que hay y que permiten reconocer la misma pieza en ellas: “la disposición del cuerpo, brazos, piernas y dedos de las manos, los pliegues de la capa, la forma de los brazaletes o las arrugas que se forman sobre y bajo las rodillas, y la similitud de las botas, de los greguescos”. Este historiador apunta además un detalle “definitivo” para identificar esta escultura ‘sin cabeza’: los motivos vegetales de la parte superior del peto y los clípeos con laureas con emperadores coronados en su interior“.

Uno de los recursos para identificar y atribuir esculturas suele ser la cabeza, pero esta vez ha resultado imposible buscar ahí parecidos con otras obras coetáneas. “Se le ha reemplazado la cabeza original por otra de la que desconocemos su procedencia”, asegura Baladrón, que también plantea la incógnita de la identidad del santo al que la cabeza representó antes de colocarse en el cuerpo de este San Fernando ‘desposeído’. Lo que está claro es que no representaba al rey Fernando III de Castilla, que solía ser representado con una melena, bigote y corona.

De Breuil tiene claro que la cabeza ‘nueva’ es de la misma época que el torso, aunque no se sepa a quién representaba inicialmente. “Estas características faciales concuerdan más con un San Cayetano, un San Francisco de Borja o incluso un San Ignacio de Loyola”, apunta Baladrón.

¿En qué momento se le cambió a la estatua la cabeza? Es una información que se desconoce. Baladrón -cuya tesis doctoral versa sobre los Ávila- ha conseguido rastrear la escultura hasta 2017, pero ahí ya tenía la cabeza nueva. En la Masterpiece Fair London 2017 se expuso la pieza, que fue erróneamente atribuida a Gregorio Fernández, máximo exponente de la escuela castellana de escultura. A finales de 2019 la vendió otra galería de subastas atribuyéndose “sin ningún fundamento” a Gregorio Fernández.

Cuando la escultura llegó a La Suite Subastas -explica De Breuil-, su propietario se lo vendió como una pieza de Pedro Laboira y no les descuadró esa idea. De hecho, lo vendieron como tal y en breve se pondrán en contacto con el extranjero que adquirió la escultura para contárselo. “Es una lástima que no lo presentáramos como tal, porque quizá podía haber despertado más interés de la gente o se habría valorado más”, apunta la directora de la compañía.

¿Y cómo la perdió? De momento todo lo que hay son especulaciones. La directora de La Suite asegura que la escultura estaba “impecable”, así que no encajaría mucho con un accidente, porque la madera policromada habría sufrido daños y en ese caso se habría recompuesto. “No sé si es fantasía o no, pero parece que pudo haber una voluntad de quitársela… Ojalá poder saber más”, lamenta De Breuil.

“En el mercado siempre han pasado esas cosas: falsificaciones, manipulaciones, restauraciones más o menos creativas…”, explica el conservador del Museo Nacional de Escultura Miguel Ángel Marcos Villán, que asegura que en muchas ocasiones las intervenciones atienden a “cambios de moda o interés”. “Es evidente que la cabeza se cambió, corresponde quizá a un intento de hacer la pieza más aceptable a un gusto no español, hacer una pieza más civil”, aventura Marcos Villán, que recuerda que las esculturas tienen a veces “una vida muy compleja”.

 

 

 

 

 

 

 

 

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